La vida de la mujer judía

La situación de la mujer en el marco de la sociedad medieval hispana y, más concretamente, durante el período de los reinos cristianos, se inscribe en un contexto de dominio patriarcal. La mujer quedaba relegada a un segundo plano, dedicándose fundamentalmente al cumplimiento de las obligaciones derivadas de su condición de esposa y madre, así como a la realización de los trabajos domésticos.

El caso de la mujer judía en esta época no difería en demasía del resto de cultos, más allá de la peculiaridad de las condiciones religiosas y sociales en las que se desarrollaba su vida, considerando la religión el motor y guía del pueblo judío. De este modo, no solo vivía en una sociedad en la que el papel de las mujeres era secundario, sino que además formaba parte de una minoría, la judía, dentro de esa sociedad.

Su educación tenía lugar en el ámbito doméstico, donde además aprendía determinadas prescripciones específicas relativas a la impureza ritual relacionadas con su sexo. A diferencia de los varones, no acudía a las escuelas talmúdicas para aprender a leer y a escribir, por lo que no estaba obligada a aprender la Torá ni a asistir regularmente a la sinagoga. En el caso de que asistieran, se situaban en un lugar apartado físicamente del destinado a los varones.

La actividad cotidiana de la mujer judía de la época quedó enmarcada por el dominio patriarcal, sin embargo, los textos históricos y religiosos hebreos sí que dieron cabida a las llamadas “mujeres fuertes”

Además, la mujer se encontraba en una situación de inferioridad jurídica, estando sometida a la autoridad del padre o de un tutor en el caso de fallecimiento de éste hasta contraer matrimonio, momento en que la mujer quedaba bajo la autoridad del marido.

Normalmente, el matrimonio era acordado entre las familias y se concretaba en la ketubá, escrito o contrato matrimonial firmado por los futuros esposos antes de la boda. En este contrato nupcial, el novio formaliza los compromisos para desposar a la novia y ésta manifiesta su consentimiento para ser su esposa, haciéndose una valoración de la dote económica aportada por ella. La ketubá se ha utilizado siempre como garantía de protección a la mujer, pues recoge las indemnizaciones que debía pagar el esposo a la esposa en caso de divorcio o repudia. Era firmado por los contrayentes y por los testigos y, tras su lectura en público, era guardado por la familia de la novia. Estos documentos solían adornarse con ricos elementos decorativos, empleando diversas técnicas pictóricas.

Asimismo, en casos concretos, especialmente en situación de viudedad, las mujeres judías también ejercían funciones tradicionalmente consideradas masculinas, siguiendo, en su caso, con el oficio de su cónyuge fallecido.

Otro aspecto a tener en cuenta es que, salvo en la actividad cotidiana, en los textos religiosos e históricos hebreos aparece también el modelo de las llamadas «mujeres fuertes», como son la reina Ester, cuyo Meguilá, o Rollo de Ester, se leía cada año en la fiesta de Purim. También destaca la figura de Judit, que corta la cabeza de Holofernes para liberar al pueblo judío.

Y, en esta línea, merece una referencia especial la historia o leyenda de Raquel la Fermosa, una judía de Toledo, amante de Alfonso VIII (1155-1214), que consiguió que el rey concediera a los judíos cargos en la corte y diversos privilegios. Sin embargo, la nobleza del reino la responsabilizó de la derrota en la batalla de Alarcos por incumplimiento del rey de los deberes propios de su cargo y fue asesinada. Su historia, que se puede interpretar como una transposición inversa de la de la mujer que salva al pueblo, estaba presente en la tradición oral y fue recogida por Alfonso X, teniendo después un largo recorrido en la literatura.

Vida y ley

  • Castilla y los judíos
  • El estatuto de los judíos
  • La sociedad judía y la cristiana
  • La vida de la mujer judía

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