La disputa teológica
Durante la Edad Media, la comunidad judía vivió en lugares donde predominaba la religión cristiana o islámica. Por ello, tuvo que adaptarse para sobrevivir y preservar su fe.
En el debate teológico intelectual, cada religión buscaba demostrar su autenticidad frente al resto de dogmas. La discusión del judaísmo con el islam no fue muy intensa, aunque los judíos sí que sufrieron acusaciones como la falsificación del texto de la Torá. Desde el cristianismo provinieron críticas más duras, centradas en el cumplimiento incorrecto de los preceptos o en la tergiversación de las palabras de los profetas.
La aparente convivencia de las distintas religiones dio lugar a un panorama cultural diverso, pero también a una disputa teológica que caló entre las clases populares castellanas mediante leyendas e historias moralizantes
La imagen del judío
El antijudaísmo ideológico dio como resultado una imagen distorsionada que identificó al judío con el mal y lo convirtió en el enemigo de la sociedad cristiana. Los distintos clichés que se les atribuyeron, como la profanación de hostias consagradas, dieron paso en Europa a episodios violentos. Sin embargo, en la Castilla de Alfonso X no se pasó del plano moralizante y legendario.
Surgieron mitos antijudíos con origen en el pensamiento tradicional clerical. Uno de ellos es el milagro de Teófilo, encuadrado entre los denominados Milagros de nuestra señora de Gonzalo de Berceo. El milagro relata la historia de Teófilo, un hombre que rechaza el obispado ofrecido en su diócesis debido a su gran humildad. Tras arrebatarle el puesto un nuevo obispo, decide firmar, a través de un intermediario judío, un pacto con el diablo para recuperarlo. Para ello, debe abandonar la fe en Cristo y la Virgen. Una vez cumplido su objetivo, Teófilo acaba reconociendo el error que ha cometido y pide a María que actúe como redentora para pagar su desobediencia. En este relato, Berceo presenta al judío como hechicero, enfatizando la carga mágica de este oficio, censurado por la legislación de la época.
También existen leyendas, como la toledana del pozo amargo, que cuenta la historia de una joven judía enamorada de un cristiano. Al descubrir su romance, el padre de la chica lanza a su amado a un pozo, que la joven amarga con sus lágrimas. Finalmente, esta acaba lanzándose junto al cadáver de su amado.
Entre sus ritos, la circuncisión fue el más repudiado, considerado por los cristianos un signo de barbarie.

El Toledo plural
La pluralidad de creencias y la diversidad dentro de ellas hicieron del Toledo de Alfonso X un espacio cultural único en el Medievo. La población cristiana estaba formada por mozárabes, cristianos foráneos y población «franca», ligada a la catedral. La religión islámica se profesaba en el núcleo mudéjar, cerrando los judíos el círculo en esta sociedad plural. Sin duda, este panorama fue palpable en los espacios de culto de la ciudad, testigos directos del trasiego de culturas y de su interacción artística, que puede verse reflejada en la introducción del arte mudéjar en las sinagogas.
En el siglo XIII la ciudad contaba con parroquias mozárabes, iglesias latinas, dos mezquitas y una recién construida sinagoga de Santa María la Blanca, aunque no fue la única. También pueden citarse otras como la del Sofer o la de Samuel ha-Levi, esta última considerada hoy en día una joya de la arquitectura judía medieval, en la que se ubica actualmente el Museo Sefardí.
Toledo, ciudad de tres religiones
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